martes, 6 de diciembre de 2011

ADIOS DOCTOR

Cuando te tiras las veinticuatro ho-ri-tas del día con un balón de fútbol a cuestas jamás te imaginas que vayas abandonarlo por otro más grande. Uno de baloncesto, de esos que huelen a cuero negro y mucho más manoseado en una cancha. La de mi colegio. Jamás abandoné ese deporte, y me refiero al fútbol, toda una pasión de enano y toda una nostalgia de ella, la pasión, que ahora un pelín más grande, me la hago olvidar a base de morfina de fútbol cuatrero entre amigos. Por entonces tengo varios personajes, de los que intento emular, al menos sus poses, sus gestos y sus tics dentro del campo. Roberto Baggio, Paolo Maldini, Van Basten y las fotos de infinidad de jugadores que jamás vi jugar, el Maradona preyonki, Enzo Francescoli o Sócrates, el jugador de la selección de brasileña que me tenía majareta con su loock de barbas y pelo largo, fibroso y largo, 1,92 de clase y un ridículo 38 de pié…un tipo, que según mi padre, hacía maravillas con el balón y sin él...utiliza la cabeza como Sócrates, que además es médico...me repetía muchas veces...ciao Doctor  

OVERBOOKING PRESUPUESTARIO

Artículo publicado en el Diario Hoy. 5/diciembre/2011

Vengo cansadísimo de Barajas, y es que llevo toda la semana de traqueteo por las nubes de nuestro espacio aéreo nacional. Talavera la Real de ida, todas las mañanas, con el fresco del Guadiana en la cara y el aroma de los tomates en mis alerones. Barajas de vuelta, marabunta gris, contaminación de altos vuelos en la capital y esencia de tubo de escape. Me gusta mi curro, no me puedo quejar y mucho más, viendo como están las cosas. Pero la rutina cansa. Limpieza de asientos, un poco de queroseno, puesta a punto de mi tren de aterrizaje y listos para un nuevo decolaje. Hace tiempo que transporto a poca gente en mis entrañas, dicen que un 33% menos en los últimos cuatro años. Datos que leen mis los clientes entre vuelo y vuelo. Cifras que apabullan el período senil de AENA, sin lugar a dudas, un tiro certero en el estomago turístico y comercial de nuestras vías de comunicación. Un derrame y desparrame de números ingentes que agoniza en el ábaco de cualquier ministro de finanzas.

Hace tiempo, y aunque suene algo concupiscente, que me siento como la ballena que se tragó a Jonás. Todo mi estomago vacío a falta de omeprazoles aeronáuticos que salven mi estipendio. Jugos de esos que te quitan las ganas de aterrizar con elegancia y clase. La que sin duda se merecen los pasajeros que optan por mis servicios.  Y es que hace tiempo que otras tribus pretenden colapsar mi día a día. Carroña voladora low cost que huele las disputas presupuestarias de cualquier comunidad en estado de descomposición. Una descomposición que se transmite en mi fuselaje, en mis pilotos y mis auxiliares de vuelos. Se me despresuriza el alma al oír, sentir, rumorear que en Extremadura, donde nací bajo el auspicio de un hangar, no puedo realizar más vuelos.    


Todos sabemos que en estas fechas reponen en televisión “Qué bello es vivir”, la enorme película de Capra. También sabemos que el belén viviente no hace más real un pesebre y que un vuelo sacado con una semana de antelación Badajoz-Madrid, ida y vuelta, sale por 88 euros (aunque obviamente, no siempre es tan barato), mientras que a Groenlandia, pongamos por ejemplo el aeropuerto de Nuuk, nos puede salir por algo más de 1.300 euros, ida-vuelta y café con churros daneses. 

En época de ladrillo, argamasa y zoco especulador, hasta Cáceres se planteaba un nuevo aeropuerto, una dársena al lado de la estación de autobuses que permitiera volar a Siruela o Caminomorisco en un plis por un billete del monopoly. Tener que mudarme me tenía mosca. Algo inquieto, pero la mudanza, ahora, puede que sea más dura, quizás los bártulos de mi avión tengan otro destino: el depósito de casquería de un duty free.

Es hora de marcharse, hasta nuevo aviso, me hacen señales desde la pista del aeropuerto. Pongo en marcha los motores y la escalera de embarque. Obligo a mis pasajeros que se aprieten los cinturones y les libero de una embolia de conjeturas. La de decidir que rumbo poner y que futuro meter en su maletas. Y es que aquí, desde hace tiempo, y le pese a quien le pese, todo está en el aire.    

Ángel Luis López Santiago.